Tengo suerte, cojo el autobús al principio de línea y eso me permite elegir un asiento privilegiado. Consulto de nuevo el móvil, ya lo había mirado antes, pero quizá tenga algún mensaje nuevo.
La mayoría de los viajeros habituales son desconocidos conocidos, es lo que tiene coger el autobús a la misma hora y el mismo recorrido. Algunos van mirando el móvil, otros observan por la ventanilla, otros tienen la mirada perdida en el infinito de sus elucubraciones. Cada uno piensa en sus cosas.
Mi corazón se acelera, la parada deseada ha llegado, ¿Subirá hoy? Los nuevos viajeros se van incorporando, y sí, ahí está.
Ya no quedan asientos libres. Se coloca como siempre a mi lado, me mira, sonríe y aunque no emite sonido alguno, sus labios pronuncian: – ¡Buenos días!
Le contesto con un “Hola” silencioso, pero mis ojos delatan mi satisfacción de estar a su lado. Sólo coincidimos en dos paradas, pero no me las perdería por nada del mundo. Nos miramos mutuamente de refilón, cuando coinciden nuestras miradas, una sonrisa se dibuja en ambos rostros, creo que le gusto de verdad.
Ya ha llegado mi parada, me levanto y le dejo mi puesto como todos los días, sus labios musitan un “gracias” que me abraza por dentro.
Ya estoy en la calle, hoy tampoco me he atrevido a pedirle una cita, quizás mañana. Todavía tengo dudas de si le atraigo sinceramente o sólo es amable por cederle el asiento.
FIN
© Chesús Mateo 2022
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