LA HOSTIA

 

PRÓLOGO.

Los Almogávares eran predominantemente lo que se denomina como “tropas ligeras”. Su principal valía era la movilidad, eran capaces de atacar su objetivo y retirarse mucho antes de que las tropas pesadas del enemigo pudieran reaccionar. La rapidez de sus acciones era fundamental y necesitaba de una gran coordinación entre el Adalid, que era el que dirigía los movimientos y los Almocadenes que eran los que ejercían las órdenes directas sobre la tropa.

Una vez desplegados sobre el terreno era muy difícil que el Adalid pudiera dar las instrucciones de viva voz, ya que a veces se separaban a buena distancia unos Almocadenes de otros y a su vez del Adalid. Pero los Almogávares disponían de un arma secreta para hacerse oír: “La música”.

Era habitual que junto a la partida de guerreros Almogávares, fuera un grupo de músicos con gaitas de boto, dulzainas y timbales. Mientras se producía el ataque, ellos se quedaban junto al Adalid, en un punto en el que se divisase el terreno de la batalla y hacían sonar sus instrumentos con melodías que invitaban a la acción. Esta música, sonaba a varias leguas de distancia.

Lo que en un principio pudiera parecer como sólo una mera distracción, en realidad para los Almogávares era mucho más. El Adalid se colocaba en un punto que tuviera buena visibilidad de la batalla y daba las órdenes a los músicos y éstos hacía sonar las canciones y melodías conocidas por toda la compañía. Dependiendo de la música que sonase, los Almocadenes sabían si tenían que rodear al enemigo por la izquierda o por la derecha, si tenían que retroceder o avanzar, si tenían que batirse en retirada o arrasar a todo lo que tuvieran por delante.

Los enemigos solían desconocer estas tácticas y cuando querían preguntarse cómo aquellos guerreros les golpeaban donde más duele, era demasiado tarde para ello.

Estas tácticas, también necesitaban de entrenamiento y coordinación. En los días que la tropa estaba en el campamento esperando alguna acción, aprovechaban para pulir los movimientos sobre el terreno.

 

 

LA HOSTIA

¿Cómo podemos diferenciar quién es un Héroe y quién es una persona corriente?

En que la persona corriente puede saber cómo hacer las cosas, pero el Héroe, además, sabe cuándo.

Ch. M.

 

El padre Damián, llevaba poco tiempo como capellán en el campamento cristiano. Su corazón henchido de fe, le otorgaba un aura mística haciendo que le brillaran los ojos de entusiasmo. No podía ser para menos, acababan de conquistar una importante plaza para el reino y el propio obispo, le había felicitado por la moral de las tropas.

Era lo que comúnmente podemos denominar, un hombre bueno: Era justo y honrado. Sus firmes convicciones no le permitían dudar ni un instante sobre cuál era el camino que debía seguir, defensor a ultranza de su fe, se había ganado la confianza de sus superiores jerárquicos a pesar de su juventud.

Andaba de un lado a otro del campamento pasando entre aquellos guerreros y bendiciéndolos a su paso, los amaba profundamente, pues habían luchado valientemente por la grandeza de Cristo. En su mano izquierda llevaba el cáliz con las Sagradas Formas y con su mano derecha iba bendiciendo y dando la comunión a los que encontraba en su camino. Su deambular de aquí para allá, llevó sus pasos hasta donde estaba la zona de la compañía Almogávar.

A aquella hora de la mañana, los guerreros almogávares estaban realizando entrenamientos de las tropas. Se repartían en grupos de no más de diez, los más veteranos adiestraban a los recién llegados en los movimientos de ataque y defensa, los novatos debían aprender aquellas tácticas de combate lo mejor posible, su vida dependería de ellas.

Los almogávares eran guerreros mercenarios, es decir, luchaban por el botín que iban a conquistar en el campo de batalla o contratados a sueldo por algún señor feudal, que pagaba sus buenos dineros por luchar en su nombre y así respondía a la llamada a las armas que le hacía su rey sin tener que exponer a sus propios campesinos ni soldados. Así el señor siempre ganaba, si vencían en la batalla, el señor recibía las felicitaciones, beneficios y prebendas que le otorgaba el rey, si la batalla se perdía y morían los mercenarios, se ahorraba el pago de la soldada.

Era raro encontrar a algún Almogávar que hubiera nacido, crecido y mantenido entre las filas almogávares, y los pocos que se mantenían, solían ser los Adalides de las diferentes partidas. Lo habitual era que campesinos o gentes de las capas sociales más humildes, se cansaran de vivir siendo pobres y que, al perder el miedo a la muerte, decidieran arriesgar su vida para salir de la pobreza en la que se encontraban, o de enamorados que no disponían de la suficiente fortuna para poder desposarse con sus amadas, y se lanzaban a la aventura de la guerra para volver victoriosos y con posibles con los cuales convencer al padre de las dueñas de sus corazones. Fuera el que fuese el motivo que impulsaba a aquellas gentes a tomar el oficio de la guerra, su determinación por regresar era siempre lo que les definía.

Solían estar luchando unos cinco o seis años. Si habían conseguido sobrevivir durante ese tiempo, lo normal era que hubieran conseguido el suficiente botín para poder regresar a sus casas con su familia y poder abrir un pequeño negocio con el que alimentar a su prole, muchos panaderos, herreros, posaderos o comerciantes, en su juventud habían sido guerreros almogávares que habían logrado regresar, otros, a los que la suerte les había sonreído con mayor abundancia, conseguían comprar tierras y poder vivir de una forma holgada.

Por eso, el trasiego de personas en las diferentes partidas era continuo y los novatos debían ser entrenados por los veteranos para seguir manteniendo la esencia Almogávar.

Cuando los novatos ya habían aprendido los movimientos básicos con las armas y el escudo, se solían organizar por parte de los Almocadenes lo que se denominaba como “Ludo Belli” o “Juegos de Guerra” en los que se simulaba una batalla real, pero sin heridas ni muertes, así se podían entrenar sin riesgo y adquirían experiencia y reflejos para cuando llegaba la batalla real. En ello se encontraban inmersos cuando el padre Damián llegó a su zona del campamento.

Cercano al lugar donde se encontraba la tropa realizando los ejercicios de combate, se hallaba reunido el Adalid con los Almocadenes y con los músicos para definir los sones y toques con los instrumentos que darían las órdenes durante la batalla. Solían cambiar las combinaciones cada cierto tiempo para evitar que el enemigo descubriese la estratagema y conociese los movimientos que iban a realizar.

El capellán sin dudarlo un momento entró sin pedir permiso ni licencia hasta el centro del círculo que formaban los músicos y los jefes de la partida. Cuando logro llamar la atención de todos ellos, empezó a repartir bendiciones a diestro y siniestro, estaba seguro de que se acercarían de inmediato y de rodillas a recibir el cuerpo de Cristo.

Todos miraron sorprendidos la figura de aquel pequeño personaje que desde el centro movía los brazos arriba y abajo y de izquierda a derecha dibujando cruces imaginarias en el aire. Durante unos instantes, se miraron unos a otros y de nuevo al capellán y de nuevo unos a otros, nadie comprendía qué estaba pasando.

La cara del capellán empezó a fruncir el ceño y a impacientarse, nadie se acercaba a recibir la comunión, ¿a que esperaban aquellas gentes? Pensó que tal vez no habían comprendido sus intenciones, al fin y al cabo, eran gentes humildes y seguramente analfabetas, así que abrió el cáliz, cogió una hostia y la ofreció con el brazo extendido y mirando al cielo para decirles con gestos que, si comulgaban, recibirían de inmediato la gracia de Dios.

Tras la sorpresa inicial que había causado la irrupción del capellán, los veteranos guerreros ya curtidos en cien batallas empezaron a divertirse al mirar al pequeño personaje que se mantenía quieto ofreciendo una hostia al cielo. A uno de los Almocadenes más veteranos y brutos, le resultó especialmente divertida la situación y sin pensarlo ni mucho ni poco, soltó una burrada monumental.

  • ¡Hey padre!, bendígale a ésta (señalando sus partes), que esta noche le espera mucho trabajo. – Y empezó a reírse a carcajadas.

Todos los demás Almogávares estallaron también a reír con la ocurrencia de su compañero. El padre Damián estaba estupefacto, no podía comprender lo que sucedía, aquellas gentes se estaban mofando de Dios, el demonio los había poseído. Su cara se desencajó, sus piernas temblaban, sus manos empezaron a sudar, la hostia que sujetaba entre sus dedos cayó al suelo manchándose de tierra. La ira inundó su corazón y su mente se nubló de rabia, aquel hombre había blasfemado en su presencia y eso era algo que no podía consentir. Se dirigió hasta donde se encontraba aquel pecador y le soltó una sonora bofetada en toda la cara.

  • ¡Toma Hostia! – Le dijo mientras golpeaba con todas sus fuerzas.

El guerrero se estaba riendo a carcajada limpia mientras veía al capellán acercarse hasta él, pero al recibir “aquella hostia” sus risas y las de sus compañeros cesaron de inmediato. El capellán era más bien enjuto y enclenque y aunque le había dado todo lo fuerte que pudo, al Almogávar le dolió más en su orgullo que en la cara.

Se levantó como un resorte, su mano derecha fue en busca del cuitiello que colgaba de su cinto, y levantó el arma dispuesta a dar el tajo fatal, su brazo se mantuvo en alto agarrando fuertemente el cuitiello, pero no descargó. Mantuvo su cara pegada a escasos milímetros de la cara del capellán mirándole con furia, amenazando con su mirada y exigiendo perdón, le sacaba una cabeza de altura y estaba seguro de que aquel hombrecillo se iba a orinar encima y le pediría piedad por su vida. El cura le sostuvo la mirada sin reblar, empezó una lucha interna entre dos voluntades de hierro.

El sacerdote podía tener un cuerpo frágil, pero su alma era poderosa, tenía verdadera fe, y eso le otorgaba una fortaleza espiritual impresionante. no temía en absoluto a la muerte, sus firmes creencias en la vida eterna le daban la fuerza necesaria para mantener el combate de las miradas sin retroceder un ápice.

El resto se almogávares cerraron un círculo alrededor de la pareja de contendientes. Expectantes, jaleando en silencio, atentos a la escena, ansiosos por ver qué iba a pasar.

Los segundos iban pasando lentamente, el tiempo parecía haberse detenido en ese instante. Toda la atención giraba en torno a aquellos dos seres enfrentados.

El Almogávar empezó a sentir la presión, le entraron dudas. Quizás se había precipitado en sus actos, quizás podía haber actuado de otro modo. Si mataba al sacerdote, él y su compañía podían verse perjudicados, tal vez no mereciera la pena correr el riesgo de perderlo todo por una tontería. Pero, por otro lado, no podía mostrarse como un cobarde ante sus compañeros, tenía una reputación que mantener y debía portarse como él creía que debía hacerlo ¿Qué iban a pensar los novatos si lo veían rendirse? No sabía qué hacer, se maldijo por ser tan estúpido y oró mentalmente para que se solucionase aquel entuerto.

La expectación era patente cuando algo rompió el silencio.

  • Va un loco por el bosque y se encuentra un charco de agua en el suelo, se acerca, se mira, y le dice al reflejo: “No me fio de ti, porque estás loco”. Y la imagen le contesta: “Mira quien fue a hablar, pues anda que tú…”

Todos los almogávares excepto la pareja, miraron hacía el origen de la voz. Se trataba de Diego “el gaitero”, uno de los músicos almogávares, famoso mundialmente además de por lo que bien que tocaba múltiples instrumentos, por contar también chistes malos, malos.

El grupo miró a Diego. Luego se miraron entre ellos. Luego de nuevo a Diego y finalmente todos estallaron en risas y exclamaban:

  • ¡Qué maloooo!, jajajaja.

Uno de ellos, riendo fuertemente comentó:

  • ¡Diego!, ¡eres la polla!

Diego le señaló directamente con el dedo índice y le dijo:

  • ¡EEEHHHH!, ha dicho PENE!

Todos rieron de nuevo.

De repente, todos se habían olvidado de los contendientes y empezaron a juntarse alrededor de Diego comentando el chiste. La pareja seguía en la misma pose, pero miraban con el rabillo del ojo la nueva situación que se estaba produciendo. Se preguntaban si se habían vuelto invisibles.

Rafa, el Adalid de aquella partida Almogávar, no se destacaba precisamente por ser un hombre religioso, más bien lo contrario, pero se separó del grupo que se había formado junto a Diego y se acercó tranquilamente hacia donde estaban los enfrentados.

Cogió la hostia del suelo y la limpió cuidadosamente. Tras comprobar unos instantes, que seguía intacta, hincó sus rodillas en la tierra junto al capellán y se la ofreció con los brazos extendidos y con la cabeza agachada.

El cura miró a aquel hombre que se arrodillaba a sus pies, miró la hostia y su alma se llenó de nuevo de compasión, cogió la sagrada forma, la levantó hacia el cielo, rezó en silencio y se la dio en comunión al Adalid, que la aceptó con satisfacción, al mirar hacia el resto, comprobó como Diego se había arrodillado al lado de Rafa esperando a su vez la comunión. Poco a poco, todos los almogávares se fueron colocando de rodillas.

Cuando el sacerdote llegó dando la comunión hasta el final de la fila, comprobó que el último de ellos era el Almogávar con el que había tenido la trifulca y que también esperaba para recibir el cuerpo de Cristo. El Almogávar dijo:

 

  • Perdóneme, Padre. Porque he pecado.

El capellán le hizo la señal de la cruz en la frente con el pulgar, y dijo:

Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine patris et filii et spiritus sancti.

Y le dio la Hostia sin ningún rencor. Tras comprobar que no quedaba nadie por comulgar, bendijo a todos con la señal de la cruz, les sonrió abiertamente y se dirigió a otra parte del campamento a repartir más bendiciones.

Poco a poco, los almogávares volvieron a sus ocupaciones anteriores a la interrupción, nadie comentaba lo que había pasado, todos fingieron olvidarlo.

Excepto Diego y Rafa, que se acercaron al que había causado el alboroto. Diego comentó:

  • ¿Qué te dijo el cura cuando te soltó la bofetada?
  • Me dijo: ¡Toma Hostia!
  • Te dio una bofetada y la llamó “Hostia” ¿eh?

Diego se acarició la barbilla. Una sonrisa se dibujaba en su boca mientras sus ojos miraban al infinito, poco después sus ojos buscaron a Rafa, ambos sonrieron. Un pequeño destello apareció en ellos al pensar en las cosas que se suelen pensar, cuando sólo los genios y los héroes saben en lo que piensan.

FIN

 

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